Después de pasar frío en Mejía Lequerica quedo con Belén Rodríguez y un grupo de amigos en la plaza de la Luna. Doy con una tienda de chuches para perros y les compro unas cuantas. Paso por restaurantes en los que hay cola para entrar. Descubro una tienda en la que me compro camisetas y calzoncillos. Los dueños, encantadores. Hablamos de safaris fotográficos y les recomiendo Botswana. Suspiro por mi maleta, que ahora creo que está en Etiopía. Madrid llena de vida. Madrid exultante. Claro que hay gente que lamentablemente lo está pasando muy mal, pero leo una entrevista a Nazareth Castellanos –doctora en neurociencia– con la que no puedo estar más de acuerdo: “A mi juicio, la visión que están dando los medios es excesivamente dramática. Todo es horrible, es un contexto dramático, todo es incertidumbre. […] Pero estamos mejor que nunca.
«No puedo estar más de acuerdo»
¿Alguien se cree que con anteriores pandemias, con la gripe española, por ejemplo, iba el Estado allí a ayudar a que los profesores se organizaran, a que las empresas pudieran recibir ayuda, a que hubiera una mínima asistencia sanitaria para todos? Pues no, la gente se las apañaba y punto”. No puedo estar más de acuerdo.
«No me gusta el catastrofismo»
Y seguro que después de leer estas líneas se mofarán de mí en tertulias y confidenciales. Tranquilidad, que no cunda el pánico. Lo harán esos mismos que dicen que el país va mal cuando no paran de trabajar y facturar cargando contra el Gobierno bolivarianosocialcomunista. Se llenan los bolsillos a espuertas maldiciendo la época que les está tocando vivir al tiempo que se escandalizan por las colas del hambre. Hipocresía se llama eso. No me gusta el catastrofismo.
«Menos queja y más soluciones»
Ves los editoriales de Ana Rosa Quintana y dan ganas de meterte en un convento para que el apocalipsis te pille en silencio. Escuchas a Carlos Herrera y piensas que vives en el pueblo más inmundo del planeta Tierra, pero su Instagram es un festival de risas, viajes y visitas a restaurantes que le sirven platos maravillosos. Cuando a Pablo Motos le da por atacar al Gobierno, inevitablemente pienso en los ocho millones de euros anuales que factura su empresa y digo para mis adentros: “Pues chico, a ti tampoco te va tan mal. Menos queja y más soluciones”.
«Quiero que se piquen»
¿Y para qué escribo todo esto adorando a Ana Rosa y a Carlos Herrera? (No puedo decir lo mismo de Motos porque no lo conozco). Pues porque quiero que se piquen y me lleven a sus programas a promocionar ‘Antes del olvido’, mi último libro, que sale a la venta el nueve de noviembre y que me tiene nerviosito perdido. Así, aparte del libro, tenemos tema para discutir.
Con ganas de promocionar su libro
Le he pedido a Ana Rosa que me lleve en navidades porque seguro que esa misma mañana me venderé una edición entera y a Carlos Herrera que me lleve bien prontito para tener una buena salida. Como no puedo ir al programa de Pablo, se lo enviaré para que se lo lea y con que haga una recomendación en su tertulia –el libro es buenísimo, ya veréis– me doy por satisfecho.
«La edad me hace cada vez más sabio»
Por cierto, el lunes va Abascal a Ana Rosa. Aprovecharé ese momento para sacar a pasear a los perros. Que cada uno se envenene con lo que le dé la gana, pero yo tengo muy claro qué veneno quiero que entre en mi cuerpo. La edad, que me hace cada vez más sabio.
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