Me gusta mi trabajo. Hemos arrancado los ensayos y comienza el tiempo de las dudas. ¿Gustará la función? ¿Irá bien el estreno? Haciendo gala de mi carácter obsesivo, aprovecho cualquier hueco libre para repasar el texto. Ya sean diez minutos, media hora o dos horas y media.
Es decir, que de aquí al 13 de marzo que estrenamos dudo que tenga un minuto para dejar la mente en paz. Tenerla ocupada en Séneca me ayuda a que acudan a mi cabeza pensamientos bonitos: volver a subirme a un escenario, recorrer España. Me esperan horas de nervios, de kilómetros, de noches durmiendo fuera de casa. Pero nada de eso pesa cuando lo haces con pasión. Sin pasión no hay paraíso.
No hay día que no escuche a alguien decirme que trabaja mucho. A veces te lo dicen con admiración y otras criticándote porque creen que es cuestión de avaricia, de acumular montones de dinero. No tiene nada que ver con eso y mucho con sentirme vivo. «¿Qué necesidad tienes?» me preguntan alguna vez. «Toda» respondo sin titubear.