Hacía mucho tiempo que no pasaba la última noche del año solo. Salvo que suceda algo sorprendente, así será. Pero ahora son las 2 de la tarde del 31 de diciembre aquí en Phuket, escribo en la terraza de la habitación y en frente tengo el mar. Se me hace extraño leer las noticias sobre las campanadas mientras estoy con el bañador puesto.
«Quien no tenga resaca un 1 de enero es que no está vivo», solía decir. Pues creo que mañana no la tendré y me siento más vivo que nunca. Estos días he pensado mucho sobre las resacas a mi edad y cómo son capaces de desestabilizar una vida que consideras placentera estando sobrio.
A los veintitantos te despiertas con resaca y como mucho te comes la cabeza pensando que no has podido liarte con el que te gustaba. A los casi cincuenta te repites tantas veces «nunca más, nunca más» que se te hace muy cuesta arriba pillarte una buena tajada.