Esta noche me toca cocinar con Belén. Croquetas deconstruidas y solomillo Wellington. No sé hacer nada en la cocina. Nada es nada. Tengo muy mala mano en general, que es algo que a mi padre le daba una rabia tremenda. él sabía arreglarlo todo, y se lo llevaban los demonios cuando yo demostraba mi torpeza ante cualquier imprevisto doméstico. Ahora me gustaría que mi padre estuviera vivo para que viera que tampoco me ha ido tan mal en la vida. Se murió cuando estaba en su mejor momento: más pasota, menos sufridor, más disrfutón. Me da la sensación de que nos debemos años de risas.
Hoy sábado, una semana después de que se produjera mi encontronazo con Belén, los principales periódicos del país siguen hablando de él. Desde que pasó lo que pasó, decidí incomunicarme durante un par de días, porque en esos momentos en los que los acontecimientos están tan recientes cualquier comentario, cualquier frase, cualquier mensaje puede desestabilizarte. El día después del desencuentro lo pasé tomando el sol, ajeno a lo que se estaba montando fuera. visto lo visto, acerté. No quiero que suene a excusa ni a justificación, pero un presentador no es ni debe ser una máquina, al menos a mi entender. Y no debe tener miedo a mostrar sus emociones en público, incluso aquellas de las que no se siente especialmente orgulloso. Cociné el viernes con Belén como si no hubiera pasado nada. Lo del sábado quedará como una pelea más.
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