Es sábado pero podría ser martes, jueves o domingo. Por primera vez en mi vida he pasado diez días en un barco. Navegando por Ibiza, disfrutando del Mediterráneo. Dejando que pasaran las horas haciendo muy poco, no pensando en nada, dándome un baño, tomando el sol, gozando con atardeceres únicos. En verano, los problemas y las inquietudes parecen ser menos importantes, ya vendrá luego lo más crudo del crudo invierno. Eso ya vendrá.
Son cerca de las ocho de la tarde y van a darse una vuelta por Es Pujols, en Formentera. Yo me quedo en el barco, que estoy muy vago. Qué barbaridad, con lo que yo he sido y estos días que hemos estado juntos me he ido a la cama a las nueve de la noche. Me suele pasar cuando comienzan mis vacaciones: acabo tan cansado de la temporada que los primeros días me pego unos maratones de cama de campeonato.
El último día me hago unas cuantas fotos en Es Vedrà, a lo influencer. No las subo a mis redes porque las miro y hasta yo me doy pereza.
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