Madrugo para ir a Barcelona, que tengo que hacer allá unas diligencias (me encanta esa palabra). Me despierto con varios mensajes alegres porque ayer hicimos récord de audiencia con ‘DH DÚO’. Llego al AVE con tiempo de sobra, señal inequívoca de que me voy haciendo mayor. Antes era de los que llegaba a los sitios con el tiempo justo pero ahora prefiero salir antes y liberarme de agobios.
Me hace gracia la gente que llega con la lengua fuea al vagón. Yo era así. Imagino que vienen de correrse una juega y les envidio. En la sala de espera de la estación
me encuentro con Màxim Huerta y con Paula Echevarría. En cinco minutos nos da tiempo a enhebrar cinco o seis conversaciones distintas. Cotorreamos sobre la gala de ayer y nos descojonamos con varios momentos, sobre todo cuando Màxim dice que siempre que habla María Jesús le pasa lo mismo que con ‘Roma’ de Cuarón, que tiene que estar muy atento a la pantalla para no perder comba.
Huerta se va a Sevilla a la gala de los Goya, donde presentará el Goya al mejor corto y tiene previsto decir “seré breve”. Nada mejor que el sentido del humor para enfrentarse a los reveses del día a día. Nos debe una novela sobre su experiencia como ministro de Cultura. Le animo con vehemencia a que lo haga —estoy deseando leerla— y también hace lo mismo Paula, que se va a Marbella a ver a su novio. Por una vez he deseado que los AVE salieran tarde para quedarme un buen rato con ellos, pero nada. España va razonablemente bien.
Llego a Badalona y paso por la que fue mi casa hasta los veinticinco años, edad con la que me vine a Madrid. Están derribando el edificio, que ofrece un aspecto triste y desolado. Me recreo durante unos instantes contemplando la ventana de la habitación donde murió mi padre y luego dirijo mi mirada hacia la diminuta galería. Y me estremezco al advertir que todavía sobrevive un mueble que nos perteneció y que dejamos ahí con la mudanza. ¿Cuántos años puede tener? ¿Treinta quizas? Y ahí continúa, aunque le queda muy poco tiempo de vida. Se mezclará con los cascotes tras la demolición. Solo en nuestra memoria quedarán datos de las experiencias vividas por la familia Vázquez Morales en aquel octavo tercero del 196-198 —antes 61— de Marquéz de Montroig.
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