Estuvo María del Monte en el Deluxe y ni pudo ni quiso esconder la melancolía y un punto de tristeza que viene arrastrando desde hace algún tiempo. No es para menos: en menos de dos años se ha tenido que despedir de su madre y dos de sus hermanos. Y María, que siempre ha sido la alegría de la huerta, se puso seria y relató emocionada cómo estaba conviviendo con esas grandes ausencias.
Que María es divertida todo el mundo lo sabe. Pero hace bien en no relativizar el dolor y evitar mostrarse en público como puede estar en algún momento todo ser humano: roto. Una artista no es un cascabel permanente. Por eso me gustó ver a María tan sincera, tan auténtica relatando un desgarro que la ha marcado para siempre. A todos nos pasa en algún momento, que llega la vida para advertirte que los atardeceres son cada vez más difíciles de soportar. Que las noches pueden llegar a ser eternas porque los fantasmas se empeñan en salir a esas horas pero que siempre, siempre, llega un nuevo día. La vida no es lo que nos habían enseñado, de eso te empiezas a dar cuenta a mediados de los 40/principios de los 50. Pero una vez te liberas de las enseñanzas impuestas, está en tus manos que todo esto se convierta de vez en cuando en una fiesta o en algo tan lento e intenso como una película iraní.
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