Hay una persona que está muy presente en mi vida aunque ella no lo sepa: Nacha Guevara. Ya he contado alguna vez que mi cuarenta cumpleaños, fecha mítica donde las haya, lo pasé en el Ritz de Madrid tomando una copa de champán con ella. Fue el año del Mundial de Sudáfrica. Mientras casi la totalidad del país vivía pegada a la tele gozando con nuestra selección, Nacha se permitía el lujo de llenar el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Millones vibraban con el fútbol y unos cientos nos emocionábamos escuchándola cantar “Te quiero” o “Vuelvo”.
Le debo mucho pero ella no es consciente, ya lo he escrito antes. Me empujó a meditar, que es una de las cosas que más me han servido en la vida. Quien lo probó lo sabe. Te proporciona las claves necesarias para enfrentarte a la realidad con más claridad y a soportar con más templanza los golpes que inevitablemente te propina la cotidianeidad. Te hace más fuerte. Y también más seguro. Porque te obliga a enfrentarte a tus dudas, a tus temores, a tus miedos.
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