Hace unos días, ‘Igualdad Animal’ denunciaba que cada año mueren en España aproximadamente
10.000 toros en festejos populares. Resulta extraño relacionar la muerte con un festejo, pero la realidad es así de extraña. Dentro de estos 10.000 animales se incluyen becerros a los que el hecho de
no tener más de dos años de edad no les salva de una muerte agónica y dolorosa.
También la semana pasada, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (sí, educación, cultura y deporte precisamente), ofrecía las cifras del mundo del toro en nuestro país. Solo cinco comunidades,
Castilla-La Mancha, Castilla y León, Andalucía, Madrid y Extremadura, concentraron el 83.8% de los festejos en 2014.
No podemos obviar todo lo que el mundo del toro ha aportado a nuestra cultura, ni podemos ni debemos. José Ortega y Gasset dijo que «
la historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera no se conocerá la segunda» y es probable, pero lo que no se puede negar a estas alturas es que
nuestra relación con los animales ha evolucionado. Ha cambiado tanto que hoy en día si en lugar de un toro lo que saliera a la plaza fuera un gato o un perro, la ley lo castigaría por maltrato animal.
¿Por qué los toros no? ¿Son animales de segunda?
Yo confío en que esto va a cambiar pronto. En estos días Ada Colau y Joan Ribó, quienes muy probablemente dentro de unos días sean alcaldes de Barcelona y Valencia respectivamente, han declarado públicamente su
intención de poner fin a las subvenciones a los ‘festejos’ taurinos por parte del ayuntamiento. Hay motivos para la esperanza o, por lo menos, quiero tenerlos. Algún día todos
entenderemos que estos animales también sufren como nosotros y que nadie merece que su muerte sea una fiesta. Los taurinos también.