Emociones en Tenerife

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Cojo un taxi al Auditorio de Tenerife para ir a hacer mi función y al montarme me pregunta el taxista: “¿Qué hay hoy ahí?”. Y a mí, que me da vergüenza decirle: “yo mismo haciendo una obra de teatro”, le contesto que no lo sé porque yo voy para otra cosa. Al acabar la actuación me avisa el gerente de la compañía que me esperan dos personas a la salida. Una de ellas es una señora de mediana edad en silla de ruedas que me confiesa nada más verme que es una enferma terminal y que le queda poco tiempo de vida. La otra, un muchacho discapacitado intelectual de edad indeterminada —¿entre treinta y cuarenta?— que cuando me ve se pone a llorar y se tira al suelo de la emoción. ¿Qué hace uno ante este tipo de situaciones? Primero, preguntarse por qué la vida es tan injusta. Luego, intentar dar ánimos de la mejor manera posible aunque la señora me los desmonte al instante con la mejor de las sonrisas: “Mis dos hermanas ya se han muerto por mi misma enfermedad. Y lo que más me duele es que yo tengo un hijo como este chico que hay aquí y tengo miedo de lo que le pueda pasar cuando yo ya no esté. Dale muchos besos a Belén. Vosotros dos sois mi familia”. Me monto en el taxi que me lleva al hotel muy tocado, con ganas de llorar. El taxista tiene ganas de pegar la hebra y después de varios minutos de conversación me pregunta que cómo me encuentro sentimentalmente. Continúa leyendo en www.lecturas.com