El ‘Deluxe’ empezaba a las 22:06 h y yo aguanté hasta el último momento en el camerino para poder ver en directo la actuación de Chanel. Estaba inquieto, nervioso por saber si la artista podría controlar los nervios y clavar una actuación que tenía perfectamente estudiada y trabajada. Chanel no solo brilló –resulta imposible ponerle un pero a su actuación–, sino que además la vimos disfrutar. A ella y a sus bailarines. Se adueñaron del escenario y el público se venía arriba con cada golpe de efecto de la complicada coreografía. Todo no surgió como estaba previsto. Salió mejor. Chanel y su equipo derrocharon alegría y ese poderío que comparten con generosidad aquellos que son conscientes de su talento.
Los buenos profesionales son generosos porque el trabajo continuado les da una seguridad sin fisuras. En ese tipo de situaciones y de actitudes se nota quiénes llevan años currándoselo y quiénes llegan a subirse a un escenario por motivos que poco tienen que ver con la profesionalidad. Con la victoria de Chanel –su puesto es para mí una victoria indiscutible– gana no solo ella, sino también todas aquellas personas que trabajan incansablemente en nuestro país para convertirse en artistas. Mención aparte merecen los bailarines y bailarinas que contribuyeron a subir el número. Pocos colectivos hay tan maltratados como ellos. Bailar es sacrificado y exige una disciplina durísima. Sin embargo, qué duras son sus condiciones laborales y qué poco reconocidos están. Yo no sé cuántas veces me he visto ya la actuación de Chanel en Eurovisión. Bravo por ella y por todo su equipo. Han conseguido ilusionar a un país muy necesitado de consenso y alegría. Chanel ha demostrado por qué la cultura y el arte son tan importantes. Es hora de que protejamos más a nuestros artistas y reconocerles el servicio que prestan a la sociedad.
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