Por lo general entrego este blog los lunes por la mañana pero como el miércoles es fiesta se adelanta la entrega. Lo enviaré el domingo por la mañana, un día antes de que Pedro Sánchez comunique su decisión. No puedo escribir este blog sin hacer referencia al acontecimiento de la semana, pero me parece más interesante todavía hacerlo sin conocer qué va suceder. Allá voy.
Lo de «es una estrategia»
Como presentador de galas y debates de realities me aburren soberanamente aquellos colaboradores que se refugian en el “es una estrategia” para analizar cualquier comportamiento de un concursante. La vida es un ‘reality’ y a la inversa, y cuando en un programa alguien me sale con esas soy de los que creen que el colaborador en cuestión está en el sillón para hacer bulto. Hay colaboradores que recurren constantemente al “es una estrategia” y otros que se esfuerzan por elaborar teorías que intenten conectar y explicar aspectos del comportamiento humano. Al final te acabas dando cuenta de que hay gente que intelectualmente no da mucho más de sí o que no se esfuerzan por pura vaguería. Con lo de Sánchez ha pasado lo mismo. Aquellos que se dedican a calentar el sillón no se han cansado de señalar que todo esto obedece a una estrategia para seguir amarrado a la poltrona. Nada nuevo bajo el sol. Pero hay otros que han intentado ir un paso más allá. Y se han esforzado por presentarnos escenarios distintos que nos han hecho reflexionar, dudar e incluso cuestionarnos.
El descanso del presidente
Creo que actos como la carta de Sánchez nos ayuda a ser más adultos como sociedad. A darnos cuenta, ¡oh, cielos!, de que un país sigue funcionando pese a que su presidente se ausente durante cinco días. ¿O acaso hemos pensado que durante todos estos años Sánchez no se ha tomado jamás un día de asuntos propios? Pero esta vez nos lo ha hecho saber. Y a mí no me parece mal que, de manera excepcional, una persona poderosa (sea del partido que sea) nos comunique que a lo mejor no le merece la pena seguir. Es más, me parece lo más humano del mundo. Otra cosa es que sea un brasas y nos esté reprochando continuamente lo mal que lo pasa y que si sigue es porque se sacrifica por nosotros.
El derecho a quejarnos
Pero si un político que está en primera línea de fuego comparte que a lo mejor no le compensa la respuesta no puede ser: “Se viene llorado de casa”. Porque en la vida se llora por el amor, por el trabajo, por la amistad y hasta por un atardecer. No me gusta la gente que no llora. No me gusta aquella gente que dice: “Tú no tienes derecho a quejarte”, porque todos, en algún momento de nuestras vidas, no podemos hacer otra cosa más que quejarnos. Aunque sea por un momento. O por dos, o por tres. Y una vez quejados, descojonarnos de la queja y seguir avanzando. Porque en la vida lo fundamental no es lo que te pasa sino cómo te enfrentas a lo que te pasa. Todos hemos sido Pedro Sánchez en algún momento.
Todos –en el amor, en el trabajo– hemos aguantado situaciones complicadas y el día menos pensado ha aparecido una motita de polvo que se ha convertido en una tormenta de arena. Compartir nuestras debilidades y vulnerabilidades nos ayuda a tomar distancia y, lo más importante: tomar decisiones. Pedro Sánchez no es un héroe ni un santo al que profesarle fe. Es una persona que es presidente del gobierno. Con todas sus imperfecciones y virtudes. Durante estos días he pensado muchísimo en Juan Carlos I y en esa imagen de cuento de hadas que los medios ayudaron a construir sobre su persona y sus seres aparentemente queridos. Por eso para la sociedad española fue un auténtico shock enterarse de que la Familia Real era en realidad una familia desestructurada. Fue como descubrir la identidad del Ratoncito Pérez a los cincuenta años. Una catástrofe.
Los reyes somos nosotros
Los políticos no son superhéroes que se pasan las veinticuatro horas velando por nuestros intereses. Y otra cosa voy a escribir ahora que me siento absurdamente empoderado y me da por imitar a Pablo Coelho: los reyes no son los padres. Los verdaderos reyes de nuestras vidas somos nosotros mismos. Y nuestra es la tarea de salvarnos: conociéndonos, no juzgándonos, intentando entender al prójimo y amando a los animales. Y oye, a mí qué quieres qué te diga: si me sale un novio que piensa en dejar su trabajo porque puede hacerme daño me tiene ganado para esta vida y para tres eternidades más. Porque entre tú y yo: últimamente solo tengo amantes que me acaban pidiendo que les llame un taxi.
Enganchado a Candela
En otro orden de cosas diré que llevo varios días enganchado a las entrevistas promocionales que ha hecho Candela Peña para vendernos la serie ‘El caso Asunta’, en la que da vida a Rosario Porto. Me habré visto unas diez o doce, no miento. Como le dije en un audio, podría hacer una obra de teatro que se llamara ‘Yo soy Candela Peña’. Me conozco su vida a la perfección. Si no es la obra de teatro podría confeccionar su propio Trivial Pursuit. Candela engancha haga lo que haga. Es una de esas actrices que nace cada muchísimo tiempo en un país. Hemos tenido la suerte de coincidir con ella en el tiempo y en el espacio. Aprovechémosla.
Verla como Rosario Porto es una experiencia casi psicodélica. Sus pasitos al caminar, sus gestos, y ese acento creado gracias a la ayuda de dos lingüistas. Dos. Que es uno de los detalles que ha contado en sus múltiples entrevistas. Y que le costó varios días pronunciar “Alfonso” –se refiere a Basterra, el marido de Porto– con la cadencia adecuada. Y ya me ves a mí paseando por mi casa pronunciando a todas horas “Alfonso” como si fuera Rosario/Candela. Así: “Aaal-foon-so”. Vamos, que entre una cosa y otra estoy, como siempre, para que me encierren.
Artículo original en Lecturas.