Si yo fuera tía sería de las que se dejan embaucar por Bigote. Porque Bigote –Edmundo, para Teresa Campos– es un señor al que calas de lejos, pero en cuantito lo tienes al lado es capaz de venderte una escoba en un desierto. Porque se le ve frágil, vulnerable y te llora con una facilidad pasmosa. Le compras la moto que te venda. Puede ser que eso sea lo que caracteriza a un cuentista, de ahí que uno entienda que la Campos haya caído en las redes de un seductor de semejante calibre.
Antes de que Campos lo rescatara, Bigote era un personaje antiguo y casposo. Con ninguna relevancia social y poco atractivo físico.Pero fue pasar la Campos por su vida y el tío se ha convertido en una especia de Sean Connery sudamericano: elegante, seductor, con cierto halo de misterio. Porque una cosa tenemos clara: detrás de esa sonrisa permanente, “Piticlín, Piticlín” debe esconder una cara B que me encantaría conocer. Ha salido de ‘La casa de los secretos’ con ganas de guerra. Después de dos años en silencio vuelve con el colmillo afilado. El jueves, durante la breve entrevista que mantuve con él, dejó caer como quien no quiere la cosa que Terelu y Carmen no le prestan la atención debida a su madre y que la visitan entre poco o nada. Es listo Bigote. Ataca donde más duele. Me lo advierte vía WhatsApp una persona tras el programa: “Cómo sabe el Piticlín la tecla que tiene que tocar”. Aviso: se viene tragedia y crujir de dientes. Ya pueden prepararse las Campos, porque Edmundo no tiene pinta de permanecer callado. “Si quieren marcha, la tendrán”, advirtió el jueves refiriéndose al clan.
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