Ana Obregón comparece en el plató de ‘¡De viernes!’ porque lo siente como un entorno seguro. Un espacio donde prima el respeto y la buena educación. Así como declaración de principios suena colosal pero la realidad es mucho más prosaica. Ana García Obregón va a la tele porque necesita meterse periódicamente ese chute catódico que le haga pensar que sigue vigente. Pero ha llegado el momento de enfrentarse a la verdad. Ana Obregón ya es historia de la televisión. Ya fue. Pasó su tiempo y ahora entra a formar parte de ese grupo de monumentos catódicos que lo han sido todo pero que ya no tienen nada que decir.
Se esforzaba por llorar
Lo peor que se le puede pedir a Ana Obregón en estos momentos de su vida es que hable. Porque a lo largo de su existencia, y sobre todo en los últimos tiempos, ha pronunciado tantas mentiras que su mente está más preocupada en no contradecirse que en expresarse con libertad. El viernes contó pasajes dramáticos de su vida. Pero están tan manoseados, tan tergiversados, tan manipulados, que en ningún momento consiguió transmitir emoción alguna. Se notaba que hacía verdaderos esfuerzos por llorar pero las lágrimas no aparecían porque ya no sabían si lo que Ana estaba contando era churro, mediamanga o mangotero. Y eso que en un momento de la entrevista tuvo el santo papo de decir: “Me voy a poner a llorar otra vez”. Y era para decirle: “No, querida, es que todavía no has llorado ninguna”. En otro momento hablaba del supuesto testamento ológrafo de su hijo y Ángela Portero y Antonio Montero le recordaban que en una entrevista exclusiva no había contado la historia tal y como la estaba desarrollando esa noche. Y entonces vino a decir que es que habían pasado seis meses –entiendo que del fallecimiento de su hijo– y que no se tenían que tener muy en cuenta las palabras de la época. Pues ya que timó a los lectores que compraron el ejemplar, que les devuelva el dinero. Conozco bien a Ana cuando se pone a la defensiva. Habla, habla y habla sin parar. Se refugia en lugares comunes, en tópicos rancios, en dolores ancestrales y en una mosca que pasaba por allí para aturrullar a los colaboradores, ir haciendo que corra el tiempo para, al final, largarse a casa con el talón en el bolso y planear su vuelta a otro plató para endosarnos un nuevo rollo. Que no será siempre el mismo, porque intentará retorcer la realidad para que ella sea la principal beneficiada. La madre más abnegada. La abuela más entregada. La mujer más jovial. En definitiva: la nada haciéndose carne por momentos.
Lequio pasa del circo
En estos viajes por los platós y por las revistas que Ana se mete periódicamente entre pecho y espalda esparce dudas que luego obligan a gente que prefiere no pronunciarse a dar innecesarios pasos adelante. Sabido es que Lequio ha preferido no formar parte del circo con cuatro pistas que se ha montado Ana con su hija/nieta. Pues bien, ella no tiene ningún reparo en utilizar la figura de Alessandro para seguir estirando el hilo argumental y que la historia no muera del todo. Porque entonces cabría la posibilidad de que a Ana se le dejara de hacer casito, y eso sería funesto para ella. Llama poderosamente la atención que sea una mujer tan preparada (parece) para unas cosas y sin embargo tan chata emocionalmente como para no acudir a un psicólogo tras la traumática pérdida de su hijo. Es bastante probable que si hubiera acudido a uno se habría ahorrado protagonizar algún que otro (bochornoso) capítulo de su vida. Sobre todo, los referidos a la última parte de su biografía. Aseguró que no había superado el duelo y que su hija no es comprada sino heredada. Y todo esto con la boca seca desde el principio de la entrevista, con unos claros síntomas propios de un nerviosismo provocado por la sensación de que las bolas que pretendes contar ya no cuelan. El juez Joaquim Bosch se manifestó en X al respecto: “Las personas no se heredan, porque no hay derecho de propiedad sobre ellas. Las cosas sí pueden ser heredadas. No se puede tratar a los seres humanos como si fueran cosas”. En toda esta historia sobrevuela la idea de que a Ana García Obregón siempre se le perdonaba todo porque era Ana. Ana la graciosa. Ana la divertida. Pero ese momento ha llegado ya a su fin porque Ana ha dejado de hacer gracia. Porque la gente ha caído en la cuenta de que Ana pertenece a esa clase de gente que piensa que en esta vida todo se puede comprar con dinero.
Todo por dinero
Porque su vida también gira única y exclusivamente –y nunca mejor escrito– alrededor del dinero. Cada uno de sus movimientos está estratégicamente planificado. Cuando sus recursos se le agotan se saca de la manga una nieta para seguir facturando. Echando cálculos, la próxima fiesta grande de la que sacar pasta será la Comunión. Ana estará rondando ya los ochenta años. Estoy convencido de que no aguantará tanto. La veo moviendo Roma con Santiago para que, de manera excepcional, la niña comulgue en un par de veranos. Al final de la entrevista salió su amigo del alma Ra con un casco de motorista dispuesto a darle una sorpresa. Ana fingió que no sabía quién era. Fingió mal, claro. Las dotes dramáticas, cuando no se entrenan con seriedad, se oxidan. No es lo mismo actuar que montar el numerito en un plató. No es lo mismo.
Cita con Patiño y Gema
El viernes por la tarde estuve con María Patiño y Gema López poniéndonos al tanto de nuestras andanzas. A ambas las conozco desde hace ya casi treinta años. Hemos sido colegas de cadena, hemos estado enfrentados y de nuevo colegas. Y ahí vamos a seguir, hasta siempre. Por de pronto, tenemos que poner cita para almorzar, que nos quedaron demasiadas cosas en el tintero.
Artículo original en Lecturas.