Me llaman del Gremi de Restauradors de Barcelona para que, coincidiendo con la fiesta de Santa Eulalia, le entregue un premio a Lola Herrera. Me comunican que, además, tendré que hacer un breve discurso de presentación. Digo que sí, claro, porque soy incapaz de negarle algo a Lola Herrera. Así que me trago mi timidez y acepto. Días antes de que se celebre el acto en la legendaria –y preciosa– sala La Paloma quedo con Roger –eficientísimo organizador– y con Lola para almorzar en un restaurante de Madrid. Qué alegría me dio verla. Qué placer charlar con ella sobre cualquier cosa porque a sus 88 está pletórica. Lúcida, ágil, divertida, muy al tanto de todo lo que sucede en nuestro mundo. Y trabajando. Sin parar. Porque el trabajo, dice, le da la vida. Y a nosotros que lo hagas, Lola.
Lola y su leyenda
Durante el almuerzo charlamos de su vinculación con Barcelona. Y nos cuenta qué bien se lo pasaba en aquella ciudad durante los años sesenta y setenta. Tan divertida. Tan moderna. Incluso recuerda entre risas que en aquella época tuvo un encuentro muy bonito, de la época, con un integrante de los Globetrotters. Prometo que intenté sonsacarle si hubo algo más y Lola fue taxativa: “Sí, sí. Nos fuimos a bailar”. Entiendo que a eso se refería cuando lo definió como un encuentro muy “de la época”. “Lola por favor, me tienes que dar permiso para contar esto el día del premio”. Y me lo dio. Y así lo conté, entre risas, en La Paloma. Hablamos mucho sobre el estreno de ‘Cinco horas con Mario’ en Barcelona. Venía ya de triunfar en Madrid pese al escepticismo del autor, el inmenso Miguel Delibes. “Dio una entrevista antes de estrenar diciendo que el texto era muy aburrido. Y yo le llamé muy enfadada porque lo peor que puedes decir de una obra de teatro es que es aburrida”. No fue ese el único escollo al que se enfrentó Lola antes de estrenar. “Antes de ofrecerme el papel se lo ofrecieron a cinco actrices más. Todas rechazaron la función. Y fíjate que durante los ensayos me encontré a la quinta actriz que lo rechazó y me dijo que la obra era muy aburrida y que no me la iba a aprender nunca”. El día del estreno en Barcelona, con todas las localidades vendidas, Lola sufrió un desmayo durante la representación. “Delibes, que estaba presente en la función, salió al escenario para ver si había algún médico en la sala. Creyó que me había muerto”. Ese día no pudo retomar la obra pero se desquitó los cuatro meses siguientes a doble función diaria. “Había hasta reventa. Y días que hacíamos más que Lina Morgan”.
Ilusiones de juventud
La primera vez que vi actuar a Lola fue a principios de los noventa en Barcelona, con ‘Cinco horas con Mario’ precisamente, en el Teatro Goya. Yo estudiaba Filología Hispánica y creo recordar que asistí con unos compañeros de curso. Al finalizar la función fuimos al camerino y me firmó un autógrafo que todavía conservo. Han pasado casi 35 años, qué barbaridad. Enfrente del Goya estaba Metro, mítica discoteca gay. La cerraron hace algunos años. Cuántas noches gastadas y malgastadas en ese lugar. Las repetiría todas. Cuántas palpitaciones en el estómago al sumergirme en su estudiada oscuridad y pensar que esa noche podía aparecer el hombre de mi vida. Porque yo, a los 20 años, era enamoradizo, pánfilo y sentimental. En aquellas noches pensaba que lo de salir era propio de jovenzuelos como yo. Miraba con un poco de compasión a aquellos señores maduros que se paseaban por la sala en busca de compañía, ya fuera por una noche, varias o muchas. Era otra época. Muchos de aquellos señores estaban casados
–con señoras, me refiero– y encontraban en la intimidad de esa discoteca su particular balón de oxígeno para enfrentarse a su doble vida. “Yo no seré como ellos”, me decía yo. Aunque en mi casa no había dicho que era gay tenía muy claro que no iba a estar con una chica por el qué dirán. Al mismo tiempo estaba convencido de que a la edad de esos señores yo estaría retirado de la noche y viviría por siempre feliz al lado de un muchacho. Pues ya ves cómo he acabado. Retirado de la noche, sí, aunque como me recordó mi sobrina Esther en Nochebuena “tú has salido más que el camión de la basura”. Supongo que me retiré por hartazgo –de tanto usarla– y porque ya no creo que en la noche vaya a sucederme algo que me cambie la vida (para bien, se entiende). A eso se le debe llamar “hacerse mayor”. A perder ilusiones tontas y apostar por el pragmatismo. Es decir, irse a dormir y descansar en vez de quemar la noche fomentando emociones que pierden su brillo cuando se encienden las luces del lugar. Salvo muy honrosas excepciones, que conste. En cuanto al muchacho no está ni se le espera, aunque últimamente estoy teniendo unos sueños que me están dejando un tanto pensativo.
Tejado, príncipe destronado
He escrito sobre Delibes en este blog y me anda rondando por la cabeza el título de uno de esos libros: ‘El príncipe destronado’. Eso me parece Antonio Tejado. Leo que los asaltantes que llevaron a cabo el robo en casa de María del Monte e Inmaculada Casal se cebaron especialmente con esta última. Que fueron incluso muy agresivos. Que la maltrataron. Dicen que tiempo atrás se produjo una discusión entre Tejado e Inmaculada y que por ahí se puede explicar el ensañamiento de los ladrones contra la periodista. No sé qué sucedió pero como lector apunto a que Tejado no soportó verse sustituido por Inmaculada. Que dejó de ser el ojito derecho de María del Monte y eso le fastidió. Él, que tanto presumía de tía. Cada vez que leo más detalles sobre el asunto me parece todo más tétrico y abominable, al tiempo que admiro la serenidad y templanza con la que se están enfrentando a la prensa tanto María como Inmaculada. Y no dejo de pensar qué clase de relación pueden tener a partir de ahora con una persona que, presuntamente, les ha provocado tantísimo dolor y desgarro.
Artículo original en Lecturas.