Qué calor hace en Barcelona. Llego el jueves por la noche a casa de mi madre, en Badalona, y apenas consigo pegar ojo. Cosas de las que me doy cuenta cuando vengo a casa de mi madre: que mi familia habla por los codos. De todo lo que se les ponga delante y si no se lo inventan.
La frase preferida de mi hermana Ana, la mayor, es: «¿Y qué te cuentas, Jorge?». Y yo le digo que nada. Y al rato me hace la misma pregunta y yo le contesto lo mismo. Podemos estar así tres horas hasta que ella toma la iniciativa y comienza a relatarme sus viajes a lo largo y ancho de este mundo o aquellos que le quedan por hacer.
Lo bueno que tiene es que nunca se cabrea. El único que se cabrea de la familia soy yo, creo. Y con mi madre, porque siempre tenemos que hacer lo que ella diga. El jueves por la noche se queda mi cuñado Eduardo a cenar. «¿Qué vas a querer después de la ensalada?». «Nada», responde él. «Bueno, pues entonces te haré un par de solomillos». «Mari, de verdad, no quiero nada». Le dice mi hermana a mi madre: «No se los hagas, que no quiere». «Ya verás que cuando los vea hechos sí los va a querer». Mi cuñado se acaba comiendo los solomillos, claro, no sin antes refunfuñar un poco con toda la razón del mundo.
Sesión de maquillaje
De pequeño tuve una época en la que me maquillaba. Me encerraba en el diminuto lavabo que teníamos en San Roque y me ponía colorete y sombra de ojos. Hasta que un día mi madre se dio cuenta y me montó un poco de pollo. Lo que son las cosas. Hoy, a mis cincuenta y un años, hemos tenido mis hermanas y mi madre una interesantísima conversación sobre maquillaje. Antes mi madre me reñía por pintarme y ahora pretende hacerme un tutorial.
Maravilloso Tívoli
Hace ya veinticinco años que me mudé de Badalona a Madrid, pero cuando actúo en Barcelona me reciben con ese cariño tan especial que se les brinda a los de casa. Están siendo unas funciones extraordinarias. El Tívoli es maravilloso, el público para comérselo y luego me recibe mi madre y estoy con ella tan bien como se está con esas madres con las que tienes buen rollo.
Me esperan tres días de actuación en Vitoria y luego ya un mes y pico por delante para rascarme la barriga. Sigo sin tener ningún plan, a ver si la semana que viene me da la vena y me empiezan a entrar ganas de hacer maletas. Después de tanta pandemia, tanto confinamiento y tanta Ayuso, necesito establecer relaciones con gente que no le eche la culpa al Gobierno de que no llueva.
Vienen a verme Rocío y Fidel a la primera función del domingo y hablamos un poco de la vida. Me gusta ver sonreír a Rocío. Ya le tocaba. Le tengo cariño, cómo no se lo voy a tener si llevo escribiendo o hablando sobre ella desde que empecé en esta profesión. Y además le tengo cariño porque es muy buena tía. La recibo entre función y función y luego me cuentan que a la salida del teatro la han aplaudido. Me alegro mucho.
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