“María del Monte optó por el silencio sobre su vida amorosa y es comprensible”

fecha de publicación :

compártelo :

MÁS ENTRADAS

GETTY IMAGES

La reflexión que más me ha interesado sobre el viaje al espacio de Jesús Calleja ha sido la de mi madre: “Jorge, cuando me puse a ver la tele estaba a punto de volar el cohete y me quedé un poco dormida. Al despertarme y ver las imágenes que estaban saliendo pensé: ‘Coño, también hay árboles ahí arriba. ¡Anda! ¡Y autobuses!’ Luego ya me di cuenta de que no, que lo que estaba viendo no era del espacio sino de la Tierra”. Y es que durante la siesta de mi madre a Calleja le dio tiempo de ir y volver. Se han hecho muchas bromas al respecto. Sobre lo de Calleja, no sobre lo de mi madre. Da la impresión de que como ha sido una cosa cortita no tiene mérito. Creo que la gente no ha valorado del todo su aventura porque siempre vemos a Jesús con una sonrisa. Si lo hubiéramos visto sufrir con el temita durante mucho tiempo ahora estaríamos pidiéndole, como mínimo, una rotonda en su León natal.

¿Homofobia o pudor?

La felicidad ajena nos produce escepticismo. Lo que verdaderamente nos lleva a enaltecer al otro es verlo sufrir como el mayor de los desgraciados. Cuando más cruento sea su sufrimiento, más lo adoramos. El cohete de Calleja y la cobra de María del Monte a su novia antes de la entrega de la Medalla de las Artes el día de Andalucía han sido, para mí, las imágenes de la semana. Sobre María escribió Borja Terán un tuit que generó mucho revuelvo: “La LGTBIfobia interiorizada cree que hay que guardar las muestras de afecto para la intimidad. Cuando los heterosexuales no esconden estas emociones con sus parejas. Una cosa es presentar el Orgullo y otra ponerlo en práctica”. Replicó Luz Sánchez Mellado: “A lo mejor es una señora pudorosa a la que no le apetece ser grabada besando a su pareja. No todo es homofobia, Borja. Una es una y sus circunstancias”.

“¿Y yo con quién voy?”, me pregunté. Porque X siempre obliga a tomar partido. Creo que con los dos aunque un poco más con Borja porque incluso con la última frase de Sánchez Mellado se entiende más lo que dice Borja Terán. Efectivamente, como bien recalca Sánchez Mellado, “una es una y sus circunstancias”. Las de María del Monte has sido, durante muchísimos años, el silencio. Desconozco cómo llevó su orientación sexual antes de saltar a la fama pero a partir de que salieran las archiconocidas fotografías con Isabel Pantoja en la playa fue carne de comentarios homófobos a tutiplén. Mucho más ella que Pantoja. Si ahora revisamos con perspectiva cómo tratamos la relación de las folklóricas nos produciría bochorno: comentarios malintencionados, con doble sentido acusador, sonrisas de medio lado con mucha mala leche. Estaría bien hacerlo para ver cuánto hemos avanzado y cómo esa absurda teoría del “ya no se puede hablar de nada” es el amparo del sector más reaccionario y rancio de nuestra sociedad porque implica la negación de la diversidad.

Una carrera condicionada

María del Monte no tenía reparos en hablar de su orientación sexual en privado pero no daba el paso público. Sus razones tendría y hay que comprenderlas. A mí, como a tantos otros, me contaba cosas de su vida que jamás utilicé cuando la entrevistaba. Habló de su lesbianismo cuando ya era una estrella consagrada y la entiendo. Porque treinta años atrás y en un mundo tan tradicional como el suyo era casi impensable. Su carrera habría sido doblemente complicada porque tendría que haber hecho frente a un sinfín de comentarios que poco habrían tenido que ver con lo musical, y ni a María ni a ningún ser humano podemos exigirle comportamientos heroicos.

Bastante tenemos con llegar al final del día mínimamente cuerdos. Así que, como dice Luz Sánchez Mellado, una es una y sus circunstancias. A María del Monte le tocó vivir su juventud en una época en la que no había mujeres que manifestaran que amaban a otras mujeres. Y eso claro que influye en la manera de comportarte públicamente. Recuerdo que cuando yo era más joven me costaba quedar a cenar con un chico que pareciera homosexual –como si a mí no se me notara– por temor a las miradas ajenas. Si quedaba era en una discoteca. Y eso si tenía el valor de quedar el día después de haberme enrollado con él. Una cosa eran unos besos por la noche al amparo de la oscuridad y otra muy distinta seguir con la historia a la luz del día. Porque continuar significaba empezar a darle naturalidad a una relación que dentro de mi cabeza no existía. La sociedad la rechazaba, la condenaba o no la toleraba. No me planteo casarme porque crecí con la idea de que los homosexuales nunca se casaban. Y, por supuesto, tampoco tenían hijos.

Revisar conductas

Así que la paternidad y el matrimonio son dos variables que mi cerebro no ha trabajado mucho. Con toda esta porquería de mochila que llevo a mis espaldas os podéis imaginar que las muestras de cariño en público a una pareja las llevo regular. ¿Tengo por todo lo vivido comportamientos homófobos? Seguramente. Y está bien revisarlos. Y darnos cuenta de ello. E intentar corregirlos. Pero, sobre todo, hay que perderle el miedo a las palabras. Homofobia. Sí. Existe dentro del mundo gay. Claro. Porque hemos crecido con ella. Porque para protegernos y no ser etiquetados como homosexuales hemos ocultado nuestra manera de ser y de actuar.

La cobra de María del Monte da para mucho y está bien que teoricemos sobre ello sin crucificar a la artista. De todo el asunto me quedo con algo que me parece importantísimo: la actitud de su novia, Inmaculada Casal. La emoción la empuja a besar a la mujer con la que comparte su vida y lo hace con naturalidad. Y así como hablamos de la cobra de María del Monte, me parece un gran paso que nadie haya cuestionado a Casal. Porque hizo lo que todo el mundo haría en ese momento: alegrarse por su pareja coronando esa alegría con un beso en los labios. Años atrás habríamos quemado en la hoguera a Casal. Hoy, reprochamos a Del Monte que fuera tan sosa. Me parece un avance extraordinario. Eso sí: Inma y María nos deben un beso. Que vayan ensayando para la Feria de Abril.

Artículo original en Lecturas.