Nuevos episodios de ‘Emily in Paris’. Resulta que a la muchacha le cancelan un vuelo para ir a ver a su familia a Chicago y decide pasar las Navidades con la familia de la ex del novio, unos franceses estirados del copón. El novio de Emily, un chef a mi gusto muy aburrido, dejó embarazada a la que ahora es su ex. La ex ha perdido el niño pero no lo ha dicho porque sueña con volver con el aburrido. A todo esto la ex tuvo anteriormente un rollo con una griega, que no falte de nada. Emily se da cuenta que el novio no está a lo que está esquiando. Resulta que se pega una hostia y el novio va detrás de su ex, que esquía como una condenada a pesar del embarazo y claro, el chef piensa que el embarazo se va a ir a tomar por saco. Cuando se despierta de la hostia a Emily la salva un italiano, Marcello, que es un bombón. Vamos, que le da sopas con hondas al tostonazo del chef. Se da cuenta que al despertar del hostión hallábase un desconocido y no su novio. Total, que rompe con su novio y se va a París. Yen París, ¡oh, casualidad!, se encuentra con Alfie, su ex. Guapísimo. Pero el ex tiene novia –de hecho va a la misa del Gallo con ella y su familia, están esperándole todos en la iglesia– y Emily acaba compuesta y sin novio. Llorando como una bobalicona. Y yo para mis adentros pienso: “Eso te pasa por tonta. Ahora, apechuga”.
«El caso es que estoy malo»
Domingo. Casi mediodía. Tengo todo el día por delante. Qué placer. O al menos eso pensaba yo. Porque todos mis planes se van al traste cuando empiezan a darme fuerte los síntomas de un resfriado. O de una gripe. O qué sé yo. El caso es que estoy malo. El viernes grabé ‘Hay una cosa que te quiero decir’ y el plató era a veces Groenlandia y otras la Riviera Maya. Y yo ya tengo una edad. Tenía pensado pasar el fin de semana en Barcelona con mi familia pero ayer al despertarme ya no me encontraba yo muy católico. Así que me permití la licencia de vaguear. Y de entregarme al mundo de las aplicaciones de ligue. Teniendo en cuenta el tiempo invertido y el resultado obtenido el panorama es tirando a desolador. Una aplicación de ligue es como una máquina tragaperras: juegas esperando un golpe de suerte que raras veces llega. Como experimento sociológico puedo decir que tengo mucho tirón entre los jóvenes de veinte a treinta años y que mi impacto entre los de treinta y los cuarenta y cinco es, por decirlo de una manera que no me dañe, muy moderado. No me ayuda vivir alejado del centro. A mis alrededores me salen muy pocos gays. Eso sí: recibí muchas felicitaciones como profesional. Del entretenimiento, se entiende.
«Lo de Motos y Broncano»
Una vez os he puesto en antecedentes sobre cómo se está desarrollando mi fin de semana –ahora mismo estoy escribiendo tapado con una manta– voy con “el tema”: lo de Motos y Broncano. Lo mejor que he leído/escuchado sobre el asunto viene de Juan José Millás. Lo ejemplificó narrando el argumento de ‘El nombre de la rosa’, de Umberto Eco. A priori, ninguna editorial podía llegar a imaginar que se convirtiera en un fenómeno. Lo mismo ha sucedido con Broncano. Y la conclusión, dice Millás, es que no sabemos nada. Y particularmente eso me parece maravilloso. Nadie vio venir el masivo éxito de Broncano. Ni él mismo, supongo. Pero ahí está. El miércoles pude ver su programa y llevaron al mismo Millás y a Arsuaga. Y yo pensaba que ese día pinchaban porque parecía que no contaban nada. Pero funcionaron como un tiro. En otro programa y con otro presentador se habrían ido a mínimos. Como profesional del medio, que a Broncano le vaya bien y que Motos siga haciendo audiencias espectaculares es una noticia excelente. Cuando se habla constantemente de que la televisión está en decadencia estos dos señores consiguen que millones de personas conecten con ellos. Si te dedicas a este negocio y no te alegras es que eres idiota. Así de simple. Broncano ha logrado que gente joven que ya no consumía televisión conecte de nuevo con ella. Es un éxito descomunal. Ha hecho historia.
Os voy a contar lo que viene a continuación: durante varias semanas todo el mundo hablará bien de él. Se convertirá en el personaje de moda. Le lloverán los premios. Pero dentro de no mucho tiempo esos mismos que lo alaban empezarán a arrugar el morro. Y empezarán a cargar contra él porque nos encanta encumbrar pero luego detestamos que la gente viva feliz instalada en el éxito. Nos vemos en la obligación de recordarles que ellos también son humanos y que si están donde están es porque nosotros, con nuestra magnánima generosidad, así lo hemos decidido. Y que por ello están en deuda permanente con nosotros. Pero Broncano es muy inteligente y no se lo van a cargar así como así. Ha llevado de una manera admirable las críticas que le han llovido al fichar por RTVE. Y en cuanto a Pablo Motos, pues no queda otra que felicitarle.
La rivalidad con Broncano no solo no le opaca sino que le favorece. Después de tantísimos años su programa sigue con audiencias estratosféricas. Es bueno para Motos tener un adversario. Y para los amantes de la televisión, un lujo ser espectadores de este duelo. Me apena muchísimo que hayan quitado el programa de Latre. Sé por lo que estará pasando. La cancelación de un programa supone tristeza, impotencia. Pero así es nuestra profesión. La ilusión de todos los días, como dice el eslogan de la ONCE. Y lidiar, añado yo, con el dolor que provoca enterrar un proyecto en el que siempre se ponen esperanzas. Mi fortísimo abrazo para Latre y todo su equipo. Y mi más sincera enhorabuena para Broncano, Motos y sus respectivos equipos. Con ellos ganamos todos.
Artículo original en Lecturas.